domingo, 30 de mayo de 2010

Silvina Ocampo





"Como el Dios del primer versículo de la Biblia, cada escritor crea un mundo. Esa creación, a diferencia de la divina, no es ex nibilo; surge de la memoria, del olvido que es parte de la memoria, de la literatura anterior, de los hábitos de un lenguaje y, esencialmente, de la imaginación y de la pasión. [...] Silvina Ocampo nos propone una realidad en la que conviven lo quimérico y lo casero, la crueldad minuciosa de los niños y la recatada ternura, la hamaca paraguaya de una quinta y la mitología. [...] Le importan los colores, los matices, las formas, lo convexo, lo cóncavo, los metales, lo áspero, lo pulido, lo opaco, lo traslúcido, las piedras, las plantas, los animales, el sabor peculiar de cada hora y de cada estación, la música, la no menos misteriosa poesía y el peso de las almas, de que habla Hugo. De las palabras que podrían definirla, la más precisa, creo, es genial."
Jorge Luis Borges


(Buenos Aires, 1906 - 1993) Escritora argentina. Era hermana de la escritora y fundadora de la revista Sur, Victoria Ocampo, y esposa del gran narrador argentino Adolfo Bioy Casares. Autora deslumbrante por la calidad literaria de sus cuentos, ha pasado a la historia de la literatura argentina del siglo XX por la crueldad desconcertante que supo imprimir en algunos protagonistas de estos relatos.

Nacida en el seno de una familia hondamente arraigada en los círculos culturales argentinos, su primera vocación artística la orientó hacia el cultivo de las artes plásticas; pero, tras recibir lecciones de pintura de Giorgio de Chirico, abandonó los pinceles y se adentró en el mundo de las Letras.

Su irrupción en el panorama literario argentino vino de la mano de un libro de cuentos, Viaje olvidado (1937), que al cabo de los años acabaría siendo objeto del desprecio de la propia escritora. Tras este mediocre estreno en la narrativa, volvió a las librerías con su primer libro de versos, titulado Enumeración de la patria (1942), en el que se sumaba a la tendencia de recuperar los modelos clásicos de la antigua poesía castellana. Idéntico esfuerzo realizó en su siguiente poemario, Espacios métricos (1945), al que siguieron, dentro del campo de la lírica, otras publicaciones como las tituladas Poemas de amor desesperado (1949), Los nombres (1953) y Pequeña antología (1954).

Tras un largo período de silencio poético en el que el cultivo de la prosa ocupó sus quehaceres literarios, en 1962 volvió a dar a la imprenta otro poemario, Lo amargo por lo dulce, que enseguida quedó considerado como uno de sus mejores logros en el género de la lírica. Finalmente, en 1972 publicó su última entrega poética, titulada Amarillo celeste.

Pero las mayores cotas literarias las alcanzó Silvina Ocampo con sus incursiones en el género de la narrativa de ficción, al que contribuyó también con valiosas aproximaciones en forma de ensayos y antologías. Dentro de una de las tendencias congregadas en torno a la revista Sur, y constituida por autores de la talla de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Manuel Peyrou y Enrique Anderson Imbert, Silvina Ocampo apostó por la elevación de la literatura fantástica y policíaca a la categoría de géneros de primer orden.

En compañía de su esposo y del mencionado Borges, preparó una Antología de la literatura fantástica (1940) que se convirtió en una de las piezas emblemáticas de la mencionada corriente. Además, aquel mismo año los tres autores presentaron una Antología poética argentina. Posteriormente, volvió a colaborar con Bioy Casares, pero ahora en una obra de creación, la novela policíaca titulada Los que aman odian (1946).

A partir de entonces, se enfrascó en la escritura de numerosos relatos, que fueron viendo la luz en sucesivas recopilaciones: en 1948 apareció el volumen titulado Autobiografía de Irene, al que siguieron los relatos de La furia y otros cuentos (1959), Las invitadas (1961), El pecado mortal y otros cuentos (1966), Informe del cielo y del infierno (1969), Los días de la noche (1970), Y así sucesivamente (1987) y Cornelia frente al espejo (1988). Los cuentos de todos estas recopilaciones están poblados de seres fantásticos que aparecen enfocados desde la ironía y el humor negro de que hace gala su autora, o bien deformados por la extraña percepción de unos narradores incompetentes, incapaces de establecer cualquier pauta ética que les permita separar el bien del mal.

Por medio de este recurso en la composición estructural de sus relatos, Silvina Ocampo consigue dejar plasmada una corrosiva crítica de las convenciones sociales de su tiempo, ya que su exagerado distanciamiento de cualquier pauta social establecida y de la realidad circundante pone un contrapunto de desasosiego -y a veces, de explícita crueldad- que amenaza con destruir el lenguaje y las estructuras tradicionales. Además de las obras ya mencionadas, Silvina Ocampo colaboró con el dramaturgo Juan Rodolfo Wilcock en la redacción del drama titulado Los traidores (1956).

Entre sus obras:

* Viaje Olvidado (cuentos), Buenos Aires, Sur, 1937.
* Enumeración de la patria (poesía), Buenos Aires, Sur, 1942.
* Espacios métricos (poesía), Buenos Aires, Sur, 1942.
* Los sonetos del jardín (poesía), Buenos Aires, Sur, 1946.
* Autobiografía de Irene (cuentos), Buenos Aires, Sur, 1948. Reeditado en Orión, 1976.
* Poemas de amor desesperado (poesía), Buenos Aires, Sudamericana,1949.
* Los nombres (poesía), Buenos Aires, Emecé, 1953.
* Pequeña antología, Buenos Aires, Editorial Ene, 1954.
* El pecado mortal (antología de relatos), Buenos Aires, Eudeba, 1966.
* Informe del cielo y del infierno (antología de relatos), Prólogo de Edgardo Cozarinsky, Caracas, Monte Avila, 1970.
* La furia (cuentos), Buenos Aires, Sur, 1959. Reeditado en Orión, 1976.
o El mal
o Informe del cielo y del infierno
* Las invitadas (cuentos), Buenos Aires, Losada, 1961. Reeditado en Orión, 1979.
o Anillo de humo
* Lo amargo por dulce (poesía), Buenos Aires, Emecé, 1962.
* Los días de la noche (cuentos), Buenos Aires, Sudamericana,1970.
* Amarillo celeste (poesía), Buenos Aires, Losada, 1972.
* El cofre volante (cuentos infantiles), Buenos Aires, Estrada, 1974.
* El tobogán (cuentos infantiles), Buenos Aires, Estrada, 1975.
* El caballo alado (cuentos infantiles), Buenos Aires, De la flor, 1976.
* La naranja maravillosa (cuentos infantiles), Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
* Canto Escolar (cuentos infantiles),Buenos Aires, Fraterna, 1979.
* Arboles de Buenos Aires (poesía), Buenos Aires, Crea, 1979.
* La continuación y otras páginas, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1981.
* Encuentros con Silvina Ocampo, diálogos con Noemí Ulla, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.
* Páginas de Silvina Ocampo, seleccionadas por la autora, prólogo de Enrique Pezzoni, Buenos Aires, Editorial Celtia, 1984.
* Breve Santoral (poesía), Buenos Aires, Ediciones de arte Gaglione, 1985.
* Y así sucesivamente (cuentos), Barcelona, Tusquets, 1987.
* Cornelia frente al espejo, Barcelona, Tusquets, 1988.
* Las reglas del secreto (antología), Fondo de Cultura Económica, 1991.

Obras en colaboración
con Adolfo Bioy Casares:

* Los que aman, odian, Buenos Aires, Emecé, 1946.

con J. R. Wilcock:

* Los traidores (pieza teatral en verso), Buenos Aires, Losange, 1956. Reeditado en Ada Korn, 1988.

con Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares:

* Antología de la literatura fantástica, Buenos Aires, Sudamericana,1940; 2da ed. 1965, 3ra ed. 1970, 4ta ed. 1990.
* Antología poética argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1941.



Traducciones

* Porfiria, introducción de Italo Calvino, traducción de Livio Bacci Wilcock, Roma, Einaudi, 1973.
* Fait Divers de la terre et du ciel, prólogo de Jorge Luis Borges, introducción de Italo Calvino, Paris, Gallimard, 1974.
* I giorni dela notte, traducción de Lucrezia Cipriani Panuncio, Roma, Einaudi, 1976.
* Leopoldina's dream, prefacio de Jorge Luis Borges, introducción de la autora, traducción de Daniel Walderstone, Ontario, Penguin Books, 1987.
* Qui ama, odia, estudio preliminar y traducción de Angelo Morino, Roma, Einaudi, 1988.
* Viaggio dimenticato, introducción y traducción de Lucio D'artangelo, Roma, Lucarini, 1988.
* Ces qui aiment, haissent, traducción de André Gabastón, Paris, Christian Bourgois éditeurs, 1989.
* La penna magica, Roma, Editori Reuniti, 1989.



Sobre Silvina Ocampo

Anderson Imbert, Enrique:"Teoría y técnica del cuento", Marymar, 1979.

Bartolomew, Roy:"Cien poesías rioplatenses", Buenos Aires, Raigal, 1954.

Borges, Jorge Luis:"Silvina Ocampo, Enumeración de la patria", en revista "Sur", núm. 101, febrero de 1943.
Prólogo a "Fait divers de la terre et du ciel", Gallimard,1974.

Calvino, Italo: Introducción a "Fait divers de la terre et du ciel", Gallimard, 1974.

Cozarinsky, Edgardo: Prólogo a "Informe del cielo y del infierno", Monte Avila, 1970.

Ghiano, Juan Carlos: "Silvina Ocampo y su realidad", en revista "Ficción", núm. 22, diciembre de 1959.

González Lanuzza, Eduardo: "Autobiografía de Irene", en revista "Sur", núm. 175, mayo de 1949.

Martínez Estrada, Ezequiel: sobre "Espacios métricos", en revista "Sur", núm. 137,1946.

Molloy, Silvia: "Silvina Ocampo, la exageración como lenguaje", en revista "Sur", núm. 320, octubre de 1969.

Percas, Elena: "La original expresión poética de Silvina Ocampo", en "Revista Iberoamericana", núm. 38, septiembre de 1974.
"La poesía femenina argentina", Cultura Hispánica, 1958.

Pezzoni, Enrique: "Enciclopedia de la cultura argentina", Sudamericana, 1970. Prólogo a "Páginas de Silvina Ocampo, seleccionadas por la autora",Celtia, 1984.

Pichon Rivière, Marcelo: "Así es Silvina Ocampo", reportaje en revista "Panorama", noviembre 1974.

Pizarnik, Alejandra: "Diminios ilícitos", en revista "Sur", núm. 311, abril de 1968.

Ulla, Noemí: Colleción "Capítulo", núm. 82, fascículo correspondiente al libro "La continuación y otras páginas", Centro Editor de América Latina, 1981.

Fuente: notas de Matilde Sánchez en "Las reglas del secreto", 1991

Cuento: Él para otra

Esperaba verlo pero no inmediatamente, porque hubiera sido demasiado grande mi perturbación. Siempre postergaba nuestro encuentro, por algún motivo que él entendía o no. Un simple pretexto para no verlo o para verlo otro día. Y así pasaron los años, sin que el tiempo se hiciera sentir, salvo en la piel de la cara, en la forma de las rodillas, del cuello, del mentón, de las piernas, en la inflexión de la voz, en el modo de caminar, de escuchar, de colocar una mano en la mejilla, de repetir una frase, en el énfasis, en la impaciencia, en lo que nadie se fija, en el talón que aumenta de volumen, en las comisuras de los labios, en el iris de los ojos, en las pupilas, en los brazos, en la oreja escondida detrás del pelo, en el pelo, en las uñas, en el codo, ¡ay, en el codo!, en la manera de decir ¿qué tal? o realmente o puede ser o ¿a qué horas? o no le conozco. No, Brahms no, Beethoven, bueno, algunos libros. El silencio, que era más importante que la presencia, tejía sus intrigas.

Ningún encuentro, que no fuera totalmente absurdo, se producía: un montón de paquetes me cubría y él, comiendo pan y empuñando una botella de vino y una de Coca-cola, pretendía estrecharme la mano. Invariablemente alguien tropezaba y el adiós resultaba anterior al ¿qué tal?. El teléfono llamaba, equivocado siempre, pero la respiración de alguien correspondía exactamente a su respiración, y surgían entonces, en la oscuridad del cuarto, los ojos de él, en el color aparecía el timbre de aquella voz sin fondo, una voz que la comunicaba con el desierto o con algunas ramificaciones de un río que corre entre las piedras sin llegar jamás a su desembocadura, un río cuyo nacimiento, en las más altas montañas, atraía a los pumas o a los fotógrafos que venían de muy lejos a ver esas maravillas. Me agradaba ver a personas parecidas a él. Algunas que tenían mirada casi idéntica, si entrecerraban los ojos; o un modo de cerrar totalmente los párpados, como si algo doliera.

Me agradaba también hablar con personas que solían hablar con él o que lo conocían mucho o que irían a verlo en esos días. Pero ya el tiempo corría, como un tren que tiene que llegar a destino, cuando el guarda golpea la puerta del pasajero que está durmiendo o anuncia la estación próxima, el término del viaje. Teníamos que encontrarnos. Tan acostumbrados a no vernos estábamos que no nos vimos. Aunque no estoy segura de no haberlo visto, siquiera por la ventana. En aquella luz tenebrosa de la tarde, sentí que algo me faltaba.

Pasé frente a un espejo y me busqué. No vi dentro del espejo sino el armario del cuarto y la estatua de una Diana Cazadora que jamás había visto en ese lugar. Era un espejo que fingía ser un espejo, como yo inútilmente fingía ser yo misma.

Entonces sintió miedo de que se abriera la puerta y que él apareciera en cualquier momento y que terminaran las postergaciones que mantenían vivo su amor. Se echó al suelo sobre la rosa de una alfombra y esperó, esperó a que dejara de sonar el timbre de la puerta de la calle, esperó, esperó y esperó. Esperó que se fuera la última luz del día, entonces abrió la puerta y entró el que no esperaba. Se tomaron de la mano. Se echaron sobre la rosa de la alfombra, rodaron como una rueda, unidos por otro deseo, por otros brazos, por otros ojos, por otros suspiros. Fue en ese momento cuando la alfombra empezó a volar silenciosamente sobre la ciudad, de calle en calle, de barrio en barrio, de plaza en plaza, hasta que llegó a los confines del horizonte, donde empezaba el río, en una playa árida, donde crecían las totoras y volaban las cigüeñas. Amaneció lentamente, tan lentamente que no advirtieron el día ni la falta de noche, ni la falta de amor, ni la falta de todo por lo que habían vivido esperando ese momento. Se perdieron en la imaginación de un olvido -él para otra, para otro ella- y se reconciliaron.

de "La Furia", © Editorial Sur, 1959

Informe del cielo y del infierno
de Silvina Ocampo

A ejemplo de las grandes casa de remate, el Cielo y el Infierno contienen en sus galerías hacinamientos de objetos que no asombrarán a nadie, porque son los que hay en las casas del mundo. Pero no es bastante claro hablar sólo de objetos: en esas galerías también hay ciudades, pueblos, jardines, montañas, valles, soles, lunas, vientos, mares, estrellas, reflejos, temperaturas, sabores, perfumes, sonidos, pues toda suerte de sensaciones y de espectáculos nos depara la eternidad.

Si el viento ruge, para ti, como un tigre y la paloma angelical tiene, al mirar, ojos de hiena, si el hombre acicalado que cruza por la calle, está vestido de andrajos lascivos; si la rosa con títulos honoríficos, que te regalan, es un trapo desteñido y menos interesante que un gorrión; si la cara de tu mujer es un leño descascarado y furioso: tus ojos y no Dios, los creó así.

Cuando mueras, los demonios y los ángeles, que son parejamente ávidos, sabiendo que estás adormecido, un poco en este mundo y un poco en cualquier otro, llegarán disfrazados a tu lecho y, acariciando tu cabeza, te darán a elegir las cosas que preferiste a lo largo de tu vida. En una suerte de muestrario, al principio, te enseñarán las cosas elementales. Si te enseñan el sol, la luna o las estrellas, los verás en una esfera de cristal pintada, y creerás que esa esfera de cristal es el mundo; si te muestran el mar o las montañas, los verás en una piedra y creerás que esa piedra es el mar y las montañas; si te muestran un caballo, será una miniatura, pero creerás que ese caballo es un verdadero caballo. Los ángeles y los demonios distraerán tu ánimo con retratos de flores, de frutas abrillantadas y de bombones; haciéndote creer que eres todavía niño, te sentarán en una silla de manos, llamada también silla de reina o sillita de oro, y de ese modo te llevarán, con las manos entrelazadas, por aquellos corredores al centro de tu vida, donde moran tus preferencias. Ten cuidado. Si eliges más cosas del Infierno que del Cielo, irás tal vez al Cielo; de lo contrario, si eliges más cosas del Cielo que del Infierno, corres el riesgo de ir al Infierno, pues tu amor a las cosas celestiales denotará mera concupiscencia.

Las leyes del Cielo y del Infierno son versátiles. Que vayas a un lugar o a otro depende de un ínfimo detalle. Conozco personas que por una llave rota o una jaula de mimbre fueron al Infierno y otras que por un papel de diario o una taza de leche, al Cielo.
de "La Furia", © Editorial Sur, 1959



Anillo de humo de Silvina Ocampo



A José Bianco

Recuerdo el primer día que viste a Gabriel Bruno. El caminaba por la calle vestido con su traje azul, de mecánico; simultáneamente, pasó un perro negro que al cruzar la calle, fue atropellado por un automóvil. El perro, aullando porque estaba herido, corrió junto al paredón de la vieja quinta, para guarecerse. Gabriel lo ultimó a pedradas. Desdeñaste el dolor del perro para admirar la belleza de Gabriel.
­¡Degenerado! ­exclamaron las personas que te acompañaban.
Amaste su perfil y su pobreza.
Una tarde de Navidad, en la quinta de tu abuela, repartieron en las caballerizas (donde ya no había caballos sino automóviles), ropa y juguetes para los niños del barrio. Gabriel Bruno y una intempestiva lluvia aparecieron. Alguien dijo:
­Ese chico tiene quince años; no tiene edad para venir a esta fiesta. Es un sinverguenza y, además, un ladrón. El padre por cinco centavos mató al panadero. Y él mató un perro herido, a pedradas.
Gabriel tuvo que irse. Lo miraste hasta que desapareció bajo la lluvia.
Gabriel, hijo del guardabarreras que mató no sé por cuántos centavos al panadero, para ir de su casa al almacén pasaba todos los días, con la esperanza tal vez de verte, por un callejón que separaba las dos quintas: la quinta de tu tía y la quinta de tu abuela materna, donde vivías.
Sabías a qué hora Gabriel pasaba, galopando en su caballo oscuro, para ir al almacén o al mercado, y lo esperabas con el vestido que más te gustaba y con el pelo atado con la más bonita de las cintas. Te reclinabas sobre el alambrado en posturas románticas y lo llamabas con tus ojos. Bajaba del caballo, saltaba el zanjón para acercarse a Eulalia y a Magdalena, tus amigas, que no lo miraban. ¿Qué prestigio podía tener para ellas su pobreza? El traje de mecánico de Gabriel las obligaba a pensar en otros varones mejor vestidos.
Hablabas a Eulalia y a Magdalena de Gabriel Bruno el día entero, en vano. Ellas no conocían los misterios del amor.
Todos los días, a la hora de la siesta, corriste sola al callejón. De lejos brillaba la cinta de tu pelo como un barco de vela en miniatura o como una mariposa: la veías reflejada en la sombra. Eras la mera prolongación de tu sentimiento: el cirio que sostiene la llama. A veces, en el camino, se desataba el moño; entonces, colocando la cinta entre tus dientes, te recogías el pelo y volvías a atarlo, arrodíllada en el suelo.
Como tenía que haber un pretexto para que pudieras hablar con Gabriel inventaste el pretexto de los cigarrillos: llevabas plata en tu bolsillo, se la dabas a Gabriel para que fuera al almacén a comprarlos. Después fumaban, mirándose en los ojos. Gabriel sabía hacer anillos con el humo y te los soplaba en la cara. Reías. Pero estas escenas, tan parecidas a las escenas de amor, iban penetrando en tu corazón apasionado. Una vez unieron los cigarrillos para encenderlos. Otra vez encendiste un cigarrillo y se lo diste.
Era en el mes de enero. Jubilosas las chicharras cantaban con ruido de matraca. Cuando volviste a la casa, oíste que tu padre hablaba con tu madre. Era de ti que hablaban.
­Estaba en el callejón, con ese atorrante. Con el hijo del guardabarreras. ¿Te das cuenta? Con el hijo del que mató al panadero por cinco centavos. Hay que ponerla en penitencia.
­Son cosas de chica, no hay que hacer caso.
­Tiene once años ya­dijo tu madre.
No se atrevieron a decirte nada, pero no te dejaban salir sola. Fingías dormir la siesta y en vez de correr al callejón, después de almorzar, llorabas detrás de las persianas o del mosquitero.
Oíste, entre el casero y un ciclista, un diálogo insólito: hablaban de Gabriel y de ti. Dijeron que Gabriel se vanagloriaba en el almacén hablando de los cigarrillos que fumaban juntos. Decían que te había dicho palabras obscenas o con doble sentido.
Te escapaste a la hora de la siesta, corriste al cerco, para perder tu anillo. Gabriel pasó a la hora de siempre. Fuiste a su encuentro.
­Vamos ­le dijiste- a las vías del tren.
­¿Para qué?
­Se cayó mi anillo al cruzar las vías ayer cuando fui al río.
Verdad y mentira salían juntas de tus labios.
Fueron, él a caballo y tú caminando, sin hablarse. Cuando llegaron a las vías del tren, él dejó su caballo atado a un poste y tú te arrodillaste sobre las piedras.
­¿Dónde perdió el anillo?­te preguntó, arrodillándose a tu lado.
­Aquí­dijiste, apuntando el centro de los rieles.
­Bajaron las señales. Va a pasar el tren. Salgamos de aquí ­ exclamó con desdén.
­Quiero que nos suicidemos ­le dijiste.
Te tomó del brazo y te arrastró afuera de las vías, justo a tiempo. Las sombras, la trepidación, el viento, el silbato del tren, con mil ruedas pasaron sobre tu cuerpo.
Para Semana Santa, Gabriel te siguió hasta la iglesia. Lo miraste dentro del aire con incienso de la iglesia, como un pez en el agua mira un pez cuando hace el amor. Fue la última entrevista. Durante veranos sucesivos, lo imaginaste deambulando por las calles, cruzando frente a las quintas, con su traje de mecánico azul y ese prestigio que le daba la pobreza.


"Anillo de humo" fue publicado en Las Invitadas, 1961 Editorial Losada. ©



Fuente: notas de Matilde Sánchez en "Las reglas del secreto", 1991
link: http://www.literatura.org/Ocampo/Ocampo.html





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