domingo, 30 de mayo de 2010

Alejandra Pizarnik y Olga Orozco, la nueva vanguardia invencionista























El grito
Edvard Munch (1863-1944)



El grito es la expresión de su miedo personal, pero en este cuadro Munch logra expresar el desfallecimiento del hombre ante una realidad cada vez más compleja y
confusa.

La década del '40 se inició con la Segunda Guerra Mundial ya declarada. El pesimismo, la melancolía y la desolación eran sentimientos que atravesaban en aquella época la vida de las personas y que los artistas manifestaban a través de los lenguajes propios de cada arte.
En el mundo de la poesía, continuaba prevaleciendo la influencia de las vanguardias, el trabajo con el lenguaje, las asociaciones, la particular disposición de los versos en la página, el verso libre y no rimado. Sin embargo, los temas cambiaron: la angustia, la desolación, la obsesión por la muerte, la soledad, y la infancia como un tiempo por recuperar aparecían con frecuencia en un grupo de poetas entre los que se destacaron dos escritoras que, a partir de entonces, serían claves durante las décadas siguientes: Alejandra Pizarnik y Olga Orozco.
Ambas fueron colaboradoras de la revista Sur y del diario La Nación, y publicaron sus poemas en Poesía de Buenos Aires (que apareció de 1950 a 1960), una revista considerada la expresión de un grupo denominado "invencionistas", en alusión a su preocupación por la experimentación
. La muerte y el desdoblamiento del yo poético, así como el uso de un lenguaje más despojado y directo, fueron también una constante en sus producciones.
fuente: Lengua y Literatura 6, 1ª ed. - La Plata: Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires. Programa Textos Escolares para Todos, 2007.



OLGA OROZCO



1920 - 1999

Olga Orozco nació en Toay, La Pampa, el 17 de marzo de 1920. Sus primeros años transcurrieron entre aquella población y Buenos Aires. En 1928, la familia se trasladó a Bahía Blanca, donde Olga se aficionó al mar, tema recurrente en su obra.
En 1936 se instaló en Buenos Aires, donde se recibió de maestra. Allí conoció a un grupo de colegas (más tarde calificado como la generación del 40) que cultivaban el surrealismo y fundaron la revista Canto.
Olga tuvo la oportunidad de viajar por países de América y Europa. Trabajó en el periodismo utilizando numerosos seudónimos.
Sus poemas atraían a poetas de las nuevas generaciones, que con frecuencia en homenajes y recitales rodeaban a Olga y la aclamaban, atraídos por sus textos, sin duda, pero también por su seductora personalidad. Leía inmejorablemente y, gracias a esa virtud, sus recitales resultaban espectáculos que encendían el entusiasmo del público.
Entre los premios que recibió destacan: el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía, el Premio Municipal de Teatro por una pieza inédita titulada Y el humo de tu incendio está subiendo; el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Gabriela Mistral, otorgado por la OEA y el Premio Juan Rulfo que recibió en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 1998.
La muerte, el tiempo, lo sagrado, el consuelo a través e la palabra fueron rasgos fundamentales de su poesía y que se advirtieron ya desde su primer libro, Desde lejos (1946), y se confirmaron en los siguientes: Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1984), En el revés del cielo (1987), Con esta boca, en este mundo (1994) y la antología Relámpagos de lo invisible (1998).
Olga Orozco murió en Buenos Aires a los 79 años, el 15 de agosto de 1999.

.: Obras de Olga Orozco
1946 Desde lejos
1951 Las muertes
1962 Los juegos peligrosos
1967 La oscuridad es otro sol
1974 Museo salvaje
1977 Cantos a Berenice
1979 Mutaciones de la realidad
1984 La noche a la deriva
1987 En el revés del cielo
1994 Con esta boca, en este mundo
1995 También luz es un abismo
1997 Relámpagos de lo invisible
1998 Eclipses y fulgores

La casa

Olga Orozco

Temible y aguardada como la muerte misma
se levanta la casa.
No será necesario que llamemos con todas nuestras lágrimas.
Nada. Ni el sueño, ni siquiera la lámpara.

Porque día tras día
aquellos que vivieron en nosotros un llanto contenido hasta palidecer
han partido,
y su leve ademán ha despertado una edad sepultada,
todo el amor de las antiguas cosas a las que acaso dimos, sin saberlo,
la duración exacta de la vida.

Ellos nos llaman hoy desde su amante sombra,
reclinados en las altas ventanas
como en un despertar que sólo aguarda la señal convenida
para restituir cada mirada a su propio destino;
y a través de las ramas soñolientas el primer huésped de la memoria nos saluda:
el pájaro del amanecer que entreabre con su canto las lentísimas puertas
como a un arco del aire por el que penetramos a un clima diferente.

Ven. Vamos a recobrar ese paciente imperio de la dicha
lo mismo que a un disperso jardín que el viento recupera.

Contemplemos aún los claros aposentos,
las pálidas guirnaldas que mecieron una noche estival,
las aéreas cortinas girando todavía en el halo de la luz como mariposas en la lejanía,
nuestra imagen fugaz
detenida por siempre en los espejos de implacable destierro,
las flores que murieron por sí solas para rememorar el fulgor inmortal de la melancolía,
y también las estatuas que despertó, sin duda a nuestro paso,
ese rumor tan dulce de la hierba;
y perfumes, colores y sonidos en que reconocemos un instante
del mundo;
y allá, tan sólo el viento sedoso y envolvente
de un día sin vivir que abandonamos, dormidos sobre el aire.

Nadie pudo ver nunca la incesante morada
donde todo repite nuestros nombres más allá de la tierra.
Mas nosotros sabemos que ella existe, como nosotros mismos,
por el sólo deseo de volver a vivir, entre el afán del polvo y
la tristeza,
aquello que quisimos.

Nosotros lo sabemos porque a través del resplandor nocturno
el porvenir se alzó como una nube del último recinto,
el último, el vedado,
con nuestra sombra eterna entre la sombra.

Acaso lo sabían ya nuestros corazones.

Olga Orozco
Desde lejos (1946)



Ésa es tu pena

Olga Orozco

Ésa es tu pena. Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no
vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas a trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del
reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de
olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.

Olga Orozco
En el revés del cielo (1987)



No hay comentarios: