domingo, 30 de mayo de 2010
LAS MUJERES NO SE CALLAN
ESCRITORAS ARGENTINAS Y DICTADURA
LAS PROHIBIDAS
Alicia Steimberg nació en Buenos Aires en 1933 y Buenos Aires, sus lugares más recónditos y sus más renombrados, es una de las constantes de su ficción. La hija mayor de hijos de inmigrantes (de Ucrania y Rumania por los abuelos maternos y de Rusia por parte de los abuelos paternos, pioneros de las colonias judías de Entre Ríos). Steimberg recuerda el haberse criado en un ambiente de estrechez económica, mayormente porque se le murió el padre, maestro de profesión, cuando tenía ocho años y porque luego por una denuncia de que no era Peronista leal, la madre, que era dentista, perdió el trabajo. La inestabilidad económica y psicológica es otro gran tema de sus libros.
Actualmente Directora de la Sección de Libros de la Secretaría de Cultura, Steimberg es egresada del Instituto de Lenguas Vivas y enseña en talleres de escritura y da clases de inglés. Escribía desde joven pero sólo a los 38 años, a instancia de su segundo marido, publicó Músicos y relojeros.
La loca 101 (1973) refleja las enormes tensiones políticas y económicas de los setenta y prefigura con una exploración de la violencia de la ficción, la sangrienta y trágica década que seguiría. A pesar de ser las cómicas confesiones de una desesperada ama de casa y escritora, el lamento de la narradora, "¿De qué carajo vamos a reirnos ahora?" subraya la seriedad de este libro y prefigura la dura decisión que hizo la autor en 1976 cuando sus dos hijos adolescentes del primer matrimonio emigraron a Roma ya que empezaban a militar y se temía que desaparecieran.
Con Cuando digo Magdalena (Premio de Novela Planeta Biblioteca del Sur 1992) Steimberg recurre a los argumentos truncados y los narradores que cambian de identidad tan característicos de su obra en general, salvo que esta vez dentro de la historia de la visita a una aristocrática estancia bonaerense donde sucede un homicidio. Como siempre, Steimberg juega con la arbitrariedad de los códigos sociales y verbales con gran ironía y humor al mismo tiempo que ofrece una amarga visión de la violencia y agresión que yacen en el fondo de la vida argentina y de las relaciones humanas.
Alícia Steimberg, Argentina; La Loca 101; Nouvelle 1973; Ediciones De La Flor 1995.
Obra con derroche de ironía. Historias cortas de varios personajes situados en inicio de los setentas, previa a la dictadura argentina. Mezcla el humor negro y el miedo de vivir en una ciudad (su ciudad) donde por las circunstancias de aquellos años podías desaparecer en cualquier momento, como en el capítulo XXXIV de la Parte 3, donde narra el miedo de regresar a pie a su hogar:
"Así que no se quiere ir al campo. Paciencia. Nos quedamos en la ciudad, nomás. Esos estampidos que se oyen todos los días, o son tiros, o son bombas. Caen cerca. Pueden caer encima de uno también.
Tengo miedo. Tengo miedo todos los días, cuando ando por la calle, cuando entro en un edificio, aunque me ría de mi miedo y me repita que no va a pasar nada, que uno termina por acostumbrarse a la presencia de la policía por todas partes. Cuatro motociclistas de casco blanco rodean un pequeço Fiat ocupado por dos muchachos muy jóvenes. Mientras los ocupantes del coche exhiben documentos, uno de los policías los apunta con la metralleta. Estamos en la calle Corrientes, a una cuadra del obelisco. Mucha gente pasa junto al Fiat, a prudente distancia. Algunos se detienen a mirar, haciéndose los distraídos. Cambian las luces de los letreros, el público entra y sale de los cines, los teatros y las librerías. Los policías se disponen lentamente a alejarse. El Fiat arranca y desparece en medio de una corriente de coches y colectivos.
Había pensado en regresar a casa caminando, pero de pronto siento un cansancio extremo. Dónde están las ocurrencias, los chistes. De qué carajo nos vamos a reir, ahora."
Pero también hay humor negro, como en el capítulo XXV de la Parte 2, donde redacta, con mucha sorna, una carta al rector de la escuela por la tardanza de la hija:
"Estimado señor rector:
Ruego a usted que disculpe a la desgraciadita de mi hija por haber llegado tarde al Establecimiento. El atraso se produjo por haber la criatura roto una vez más el despertador, único medio de comunicación de masas con que cuenta nuestra modesta familia para pasar del sueño a la vigilia. Suplico a usted comprenda que el profundo sopor en que todos caemos en esta casa al término de las múltiples tareas del día entre las que pueden mencionarse, sin nombrar a los ejecutantes, la de tocar improvisaciones en bombo y guitarra, hablar por teléfono con todos los alumnos del Establecimiento, llenar el lavatorio con recortes de barba y limpiar dicho lavatorio con una esponja, después de todo eso, digo, señor Sopor, quiero decir, señor Rector, sólo el sonido argentino (quiere decir "como de plata") del maltratado despertador puede volvernos a la vida, ya que cuando uno duerme está como muerto, aunque sueñe. Y soñar, soñamos, señor Rector. Como si la tarea del día fuera poca, por la noche en nuestros sueños realizamos largos viajes, recomenzamos carreras universitarias, nos comunicamos con nuestros muertos, nos peleamos con nuestros socios, volvemos a ver a seres que creíamos perdidos en el olvido, y que nunca nos importaron gran cosa, pero que en el sueño son fuertes, actuales; trepamos a grandes alturas para después caer con gran angustia (los de caída tienen un claro significado sexual); salimos desnudos a la calle, y muchas tantas cosas nos pasan en sueños que nos levantamos más cansados que al acostarnos, y luego va la criatura y rompe el despertador, y por eso señor Rector me dirijo a usted para implorarle clemencia, para pedirle que recuerde su infancia y su adolescencia, y su juventud dorada, y si a la chica igual le van a poner media falta para qué corno me hacen escribir este justificativo donde tengo que hablar de cosas privadas, pero entiendo que es el Reglamento y, señor Rector, una vez más me arrastro a sus pies para pedirle que disculpe a esta inocente por el mal que ha cometido sin quererlo a volver a colocar el despertador sobre la pila de libros y la cacerola.
Señor Rector, escuche, reflexione, comprenda, acepte, perdone, póngale la media falta a la chica y todos en paz.
A sus plantas rendidas una leona. "
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